No sigas huyendo de Dios
Muchas veces, el amor que Jesús tiene para darnos es como el de aquel joven enamorado de una muchacha que le cierra la puerta cada vez que él se acerca mucho. El joven decepcionado y triste, se aleja un poco, a una distancia prudente como queriendo cuidarla por lo menos con la mirada, pasa una y otra vez frente a la puerta de la casa de su "princesa" por si acaso, por fortuna, lograse robar una mirada o un saludo de ella.
La muchacha, por su parte, temerosa de entregarse al amor verdadero, corre y cierra la puerta cada vez que lo ve venir. Aunque a propósito no la cierra por completo, ésta siempre queda un poquito abierta como para poder ver a su príncipe amado sin que él lo note. Ella, consumida por el miedo y apegada a su comodidad, vive cada día deseando ver a su príncipe y escondiéndose de él.
Él está siempre pendiente de ella cada día y cada noche, esperando que ella deje de huir y se entregue a ese amor tan grande, amor infinito que no cabe en palabras. Amor que se traduce en entrega total, hasta la muerte. Amor que hace morir y renunciar a lo viejo para renacer en una vida nueva y eterna, amor que no tiene fin, amor que no tiene comparación con nada en este universo. Amor lleno de ternura y calidez, amor que duele pero que sana al mismo tiempo.
El amor de Jesús para vos y yo es mucho más grande que eso: un amor inmenso y sin medidas que llega a cada uno de nosotros en la Santa Eucaristía.
Así es el amor de Dios para con sus hijos, él no nos abandona ni siquiera cuando huimos de él. ¿Qué te hace pensar que él no va a amarte cuando vos decidas a amarle? ¿Qué te hace creer que él va a rechazarte si hasta la vida ha dado por vos? ¿Por qué desconfiás del amor de Aquel que es fuente de vida y amor puro?
Acercate a Dios. Acercate a Cristo y entregate a él así como él se entrega a vos, en el Pan y en el Vino, Cristo Eucaristía. Amor sin igual, amor que no tiene fin, amor que da vida en abundancia.
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